viernes, 3 de junio de 2011

CRÓNICA DE LA EXCURSIÓN A ATAPUERCA

EL TRABAJO ACTUAL DE UN HOMO HEIDELBERGENSIS LLAMADO MIGUELÓN

            Hola a todos:
            Dejen que me presente. Me llaman Miguelón, y alguno de ustedes puede que ya me conozca; soy un homo heidelbergensis, y me encontraron en Atapuerca. Tengo más o menos 400.000 años y fueron los arqueólogos los que me bautizaron así, aunque en realidad mi auténtico nombre sería impronunciable para un homo sapiens postmoderno, por muy doctor honoris causa que sea, por tanto, les ahorro el esfuerzo, me conformo con Miguelón.
            Como mi hábitat ha cambiado, se me ha acabado el chollo de la caza, la recolección y el carroñeo (con lo tranquilo que yo vivía, que me daba tiempo hasta para pintar con mis chiquillos la cueva), y ahora tengo que dedicarme al turismo; pero no a uno cualquiera, no, no, al turismo cultural nada menos, que es igual que el otro, es decir, salir a noimportadónde para contarlo después,  que sí importa, pero con paneles explicativos. Concretamente soy guía para excursiones escolares. Se preguntarán cómo es posible terminar así, y es que la crisis obliga: subcontratado por una ETT, salario mínimo, todo para salir medio en pelotas, sin afeitar (porque mis jefes dicen que es más real), mostrando mi cráneo y mandíbula a unos adolescentes que se fijan más en mi entrepierna y contando la vida de toda la parentela. Porque en verdad, ése es mi cometido: explicar la vida de mis primos lejanos, abuelos y bisabuelos. Creo que a veces se aburren, y no me extraña: que si el primo lejano australopiteco, que vivía en África, un poco encogido, maltrazado y con menos luces que un apagón; el abuelo cebolleta Antecessor, que siempre cuenta la misma historia de que fue el primero en pisar Europa, que es más listo que nadie él, los centímetros cúbicos de su cráneo… un rollo de tío vamos; luego mi vida, y la de mi sobrino Neanderthal, muy cachas, muy recio, pero un pobre inadaptado a su entorno. Hasta que llegaron ustedes, los homo sapiens, los más fetén, inteligentes, mejor adaptados, sabios, que usan las manos, el fuego, el hacha, el ipod, y hasta hay alguno guapo si me apuran. Andan sobrados de autoestima ¿eh?
            Bueno, pues estaba yo tranquilamente echando un mus con Arsuaga, Bermúdez de Castro y otro de mantenimiento, mientras me fumaba un Farias,  haciendo las paces después de la pelea del otro sábado (que me partieron un diente por haberme contado una piedra de más, y se me quedó la cara como veis en la foto) cuando sonó el móvil, y me explicó el jefe que al día siguiente tenía una visita de un grupo escolar de  1º de la ESO de Calahorra. “Sé profesional” me dijo, “que Calahorra es ciudad bimilenaria”, y yo pensando “como si quiere ser rusa”, pero le respondí “Of course, my boss, trust on me, I’d give my life for Calahorra” (así le hacía ver lo útil y práctico del curso de inglés pagado por la empresa).
            Efectivamente, y puntual, vi cómo se acercaba el autobús. Ingenuo de mí al ver la cara sonriente del conductor, que intuiría la que se me venía encima, pensé que la cosa iba tranquila. Pero cuando se abrieron las puertas y salieron medio centenar de chavales vociferando, con sus móviles y bluetooths, mochilas, profesoras desencajadas y hormonas a espuertas, me vino a la cabeza la jubilación a los 67. Y casi me derrumbo. Pero no Miguelón, aguanta, reponte. Y con la espalda encorvada pero la dignidad tiesa, les llevé al yacimiento. Sabrán ustedes que para visitarlo hay que ponerse un casco. Típica brillante idea de jefe que no se enfrenta a la realidad y lo flipó con Indiana Jones en su juventud; y ¿cuál es la realidad? Primero, que son innecesarios; y segundo, que los cascos, cuando  son de plástico del malo y los usan miles de personas, tienden a caerse, romperse, hacer ruido, y desde luego, no encajar en los cráneos de adolescentes homo sapiens sapiens (que ya es triste tratándose de personas que se dedican a medirlos). Total que entre el “profe, no me encaja” “¿hay que llevarlo todo el rato?” “yo quería uno amarillo” “se me cae siempre”, una pérdida de tiempo.
  A continuación, atravesamos la trinchera del tren y nos paramos en dos de sus paredes en las que les cuento lo de la parentela y mi cráneo. Y veo algún bostezo, como siempre. También les digo que es uno de los yacimientos más importantes del mundo; esto me hace mucha gracia, porque ponen una expresión de admiración, pero lo que están viendo es una simple pared de tierra con andamios, que podría haberles mostrado un cortado en el monte y habrían exclamado igual “¡ah, qué importante!” Pobres inocentes.
Después fuimos al parque arqueológico. Muy mono todo: “mirad, así se parte una piedra para hacer un filo, mirad, así se pintaba en la cueva, mirad, así se cazaba, mirad, así se hacía fuego (y no con el mechero)”. Esto gusta mucho porque pueden tirar con el arco, pero a mí me aburre a morir. Imagínense que ustedes tuvieran que explicar todos los días: mirad, así se coge un boli, así se pone un calcetín, así se pela una patata, así se enciende la luz, y tuvieran que ver caras de alucinados cuando pulsan ON / OFF, encender, apagar.
            Tras estas complejísimas demostraciones, nos fuimos al pueblo de Atapuerca a comer, donde comprobé las diferencias sociales: profes al menú, estudiantes al bocata. También tuve ocasión de observar a los calagurritanos entablando relaciones con los nativos locales, y a las profes cotilleando. Muy antropológico todo.
            A la tarde, visita al Nuevo Flamante Fantástico Imponente Galáctico Museo de la Evolución Humana en Burgos. Resumen: chicos cansados, visita fugaz, pase por nuestra tienda que hay que amortizarlo (un lápiz: 5€).
            Y la despedida sin tiempo ni para merendar. La cara del conductor, después de todo el día, ya era un poema. Pensaría que se habrían cansado ¡ja! El nivel de decibelios y movimiento dentro del autobús aumentaba sin parar, pero no estaba allí para contarlo… ¡y luego dicen que el primitivo soy yo!

  Aquí me veis, con la cara hecha un cromo a cuenta de la partida de mus. Menudo genio  se gastan los arqueólogos.


 En esta foto era joven, y estoy con la cuadrilla de camino a fiestas de Ibeas  de Juarros. Soy el que está de pie, primero por la izquierda; contemplad mi pose torera. Aquel día hizo mucho calor y nos dimos un baño, por eso estamos en pelotas, pero sepan ustedes que, normalmente, y si hace frío, nos vestimos, porque una cosa es no tener mucha capacidad craneal, y otra ser idiota.

LIDIA ÍÑIGO